He de encontrar la verdadera cebolla. La repetición compulsiva como construcción de narrativas visuales
“Se puso a desprender, una tras otra las capas de la cebolla, y decía: ¡He de encontrar la verdadera cebolla, he de encontrarla!” (Sabines, 1972)
Hace varios años trabajé en una estancia infantil como psicóloga. Mi trabajo principal consistía en supervisar que en cada una de las áreas se llevara a cabo la aplicación del programa de estimulación temprana; también atendía casos particulares de problemas de conducta y mensualmente programaba pláticas de escuela para padres.
Mientras me documentaba para una de esas pláticas, encontré en un libro una historia que me parece pertinente comentar en este momento. La historia comienza contando la anécdota de un hombre que un día, mientras reprendía a su hijo por una travesura que había hecho, señalaba con su dedo índice mientras lanzaba una letanía de palabras amenazadoras y mientras eso sucedía, en un instante, este hombre fijó su mirada en la punta de su dedo índice e inmediatamente se preguntó: ¿En qué momento me creció el dedo de mi padre?
Así como esta pequeña historia, el fragmento de prosa de Jaime Sabines que da título a este texto tienen algo en común; en ellas puedo ver un claro ejemplo de repetición como reiteración y al mismo tiempo se presenta como una revelación de algo ya conocido, como lo que pasa cuando escuchas una melodía que crees ya haber escuchado.
Al cuestionarnos sobre lo que somos como sujetos empiezan a surgir situaciones como la de la historia referida anteriormente del padre regañando a su hijo. Empezamos a reconocer cualidades de otras personas en nosotros mismos, cualidades que van más allá del aspecto físico, y que configuran a la persona que somos. Nos enfrentamos a una paradoja interesante si pensamos en identidad como realidad, pues identificarnos involucra detectar cualidades; ser curiosa, introvertida, reservada, coleccionista de objetos encontrados sobre los que se deposita algo de sí mismo que es a su vez algo de otros que nos configuran y ¿qué sucede si lo que repetimos no es el dedo índice amenazador del padre sino un objeto que más bien se torna cualidad subjetiva que alude a la propia identidad?
Esta cualidad de coleccionista o rescatista del objeto tiene que ver con una añoranza por pertenecer a algo o sentir la ausencia de algo, por localizar la raíz identitaria que tenemos como sujetos y dotar de personalidad a algunos objetos es quizá una forma de recordar y traer al presente una realidad que no es más y sin embargo se repite, pero ¿puede la repetición materializase? ¿identificar a través de la palabra escrita un objeto se vuelve estrategia para transferir la imagen de un tiempo pasado a la actualidad? Recuerdo ahora esa idea de Christlieb donde menciona que un objeto es lo que queda después de lo dicho y que ya estaba ahí desde antes de que uno llegara. En mi caso, coleccionar canicas, botones, tazas o algún nuevo objeto al que tenga afinidad son objetos que existen independientes de mí, esas cosas que llamamos objetos dice Christlieb se llaman así porque ponen objeciones, es decir que se ponen frente a uno y lo confrontan, y entonces sucede que el objeto empieza a perder sus límites e interferir con uno mismo.
La atracción que siento hacia esos objetos tiene que ver con buscar las diferencias en objetos similares, y a decir verdad, me gusta la coincidencia entre un objeto encontrado y yo, aunque precisamente, pienso que no es el objeto sino ese vínculo creado al encontrar el objeto lo que me hace responder al acto y solo me hago consciente de ello en la escritura. ¿Qué tienen de importante estos objetos para mí que me hacen gastar tiempo en detallar descripciones e historias breves sobre ellos? Me sucede por ejemplo con una taza en particular sobre la que ahora hablaré. Es una taza que cuando viajo a casa de mi familia siempre me acompaña, aun sabiendo que en esa casa habrá otras tazas, ésta en particular viaja conmigo de ida y vuelta y es en ella en la que durante mi estancia bebo mi café. La historia sobre esa taza acaba de ser escrita y en este sentido, las ocurrencias no existen como casualidades, más bien, causalidades signicas que me simbolizan algo. Esto que me simboliza, está presente en el trayecto y el hecho de viajar con la única taza que podría ser capaz de acompañarme. Tal vez por eso mi afán de crear una historia para cada objeto y hacerla además por escrito, porque entonces me repito en la palabra. Por lo tanto, ¿dónde me encuentro en la realidad? ¿en mi como sujeto o en la palabra que (no) me nombra?
Para fines de investigación en este proyecto vale la pena preguntar por las pretensiones que tiene el hecho de buscar objetos específicos sobre los cuales posar la atención y preguntarse ¿Por qué la necesidad de reflejarme en un objeto? Puedo, en este momento, no tener una respuesta, ya que el carácter de este discurso es precisamente plantear índices claves que me permitan dirigir la búsqueda de algunas respuestas y en el mejor de los casos ampliar las preguntas.
He hecho referencia a una serie de colecciones dejando de manifiesto que tengo una estrecha relación con algunos objetos que, al ponerlos sobre la mesa, así como se ponen las cartas sobre la mesa, puedo percibir que son algunos de ellos objetos innecesarios hablando de su funcionalidad. No me considero particularmente única al tener este tipo de manías con el objeto. Puedo casi asegurar que muchos de los que me escuchan/leen tiene un objeto u objetos a los que son cercanos y en esta relación de cercanía con el objeto es precisamente donde surge un nuevo cuestionamiento: ¿qué pasaría si ese objeto por razones de naturaleza humana desapareciera?
No quisiera responder de inmediato esta pregunta, antes quiero poner de manifiesto algunas consideraciones sobre los objetos. Primero; si bien hago mención a algunos objetos en particular, quiero aclarar que mi búsqueda va más allá del objeto tangible, aunque necesariamente tengo que partir de él. Segundo; hay infinidad de clasificaciones bajo las que se pueden ordenar los objetos existentes en el mundo, que pueden ir de los objetos inservibles hasta los objetos más preciados para la humanidad, pero no es de mi interés en este momento realizar una clasificación de estos. Tercero; viene a mí mente un grupo particular de objetos en los que caben quizá muchas clasificaciones: Los objetos nómadas (término enunciado por Cristlieb) esos objetos con los que nos desplazamos por la vida, los objetos acompañantes o compañeros que llevamos arrastrando a veces de manera consciente y muchas más de manera totalmente inconsciente hasta que alguien te pregunta por ese objeto con el que cargas y repentinamente se asoma detrás de ti, como un niño asustado haciéndose presente al mismo tiempo que consciente en uno mismo.
Este objeto que parece estar oculto, tiende a pasar desapercibido para quien los posee por que provocan cierta fatiga perceptual, esto es que, cuando el objeto es tan constante causa una especie de acostumbramiento que provoca que el objeto no sea visto, aunque esté presente.
Pretendo hablar de estos objetos nómadas a los que me he referido antes en un sentido más particular. Una especie de objeto transicional que en relación con el sujeto se ubica en el límite entre el adentro y el afuera, el objeto que el niño utiliza como defensa frente a la angustia, lo que soy y el no-yo. Uno de sus efectos, en palabras de Winnicott, (como se cita en Bleichmar 2010) quien acuñó el término, “consiste en lograr la discriminación entre lo que forma parte del propio cuerpo y lo que no lo constituye”. En una etapa temprana del desarrollo humano, este objeto puede ser el pulgar del propio niño; conforme va creciendo, el objeto transicional va desplazándose a un juguete u objeto determinado, un osito de felpa, o como en el caso del personaje de Peanuts, Linus, una mantita que va con él a todos lados. El autor también menciona “…que existe un estado intermedio entre la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la realidad, y su creciente capacidad para ello. Estudio, pues, la sustancia de la ilusión, la que es permitida al niño y la que en la vida adulta es inherente al arte y la religión […]”. Los escapularios que se cuelgan en el cuello, las imágenes religiosas que se guardan en la cartera, el fieltro con el que trabajaba Joseph Beuys.
Existen otros ejemplos en la pantalla en los que se puede evidenciar la presencia de este tipo de objetos transicionales y que con la ausencia de estos la historia no existiría, como es el caso de Andy, Woody y Buzz en Toy story; o el tótem con que cargaban los personajes de Inception y que habiéndose adentrado en el inconsciente de alguien más los ayudaba a distinguir el afuera del adentro en tanto el tótem dejara de girar o se mantuviera en movimiento respectivamente.
En la música también se pueden encontrar ejemplos de este tipo de objetos como en la canción Carmen de la Sonora dinamita, esa que habla de la cadenita extraviada y, sin embargo, al haber perdido este objeto, eventualmente se busca algo con un valor equivalente para seguir manteniendo el vínculo cuando el fallecido Lucho Argaín decía después de haber informado que ha perdido la cadenita “Carmen pero me queda tu retrato/ El lindo pañuelito blanco/ Y el rizo de tus cabellos…”. En este último ejemplo, se evidencia que el objeto tangible es importante, en tanto tenga un valor simbólico que pueda ser desplazado por el sujeto hacia otros objetos.
Es común que el término objeto transicional se utilice cuando se habla de desarrollo psíquico del niño, pero, eventualmente el objeto transicional nos acompaña a lo largo de la vida, cambiando de forma, aroma, color, tamaño, siempre cumpliendo la misma función, la de transitar junto al sujeto. La elección del objeto junto al que se transita tiene que ver con la representación de un suceso inconsciente y oculto, placentero o displacentero, que no pretende emerger sino más bien ser comprendido y quizá encuentra su liberación en ese objeto. El objeto es el síntoma que se reproduce de forma disfrazada.
En este sentido, la búsqueda, selección y encuentro con el objeto mantiene latente el retorno de lo mismo, que fácilmente puede volverse compulsivo hasta el punto de no poder seguir caminando hasta levantar ese objeto diminuto y redondo tirando en la calle, no poder visitar a un amigo o familiar sin la taza en la que se tomará café, o después de haber caminado una cuadra tener que regresar a la casa a verificar que las muñecas de trapo siguen perfectamente acomodadas en su lugar. A partir de lo anterior, puedo resumir de la siguiente manera: La repetición compulsiva deriva en diferentes manifestaciones, de las cuales me interesa enfatizar la búsqueda, acompañamiento y desarrollo de narrativas visuales entre el sujeto y el objeto con el que transita.
Texto: M. López S.
Línea-texto
Gif
Registro de obra